Blog de la Asociación de Escritores de Venezuela, Seccioal Bolívar, realizado bajo la responsabilidad de Américo Fernández, con el fin de divulgar entre propios y extraños la historia de la AEV, acta constitutiva, reformas, actividades gremiales. perfil de los escritores, así como trabajos literarios de interés.
viernes, 6 de agosto de 2021
LOS BRONQUIOS / Riolama Fernández
No hay mayor dolor que el desamor, sentir que no se es amado es la mayor fuente de desdicha y tristeza. La tristeza puede manifestarse en los ojos, en la nariz, en la garganta, en el estómago, en el corazón, pero cuando se parte el alma, literalmente se parten los bronquios, sientes el dolor justamente en el pecho, un dolor agudo que paraliza la respiración, te ahogas y da asma. Los alergólogos suelen decir que el asma es falta de madre, y no es precisamente que no la tengas, es que sientes que no la tienes. Crecer con la sensación de orfandad, tal vez sea incluso más triste que ser realmente huérfano. Saber que tus padres murieron es doloroso, pero tener padres y sentir que no te quieren es la muerte del alma. Es un dolor tan grande, solamente comparable físicamente a un bronquio roto.
A mí se me rompió un bronquio, siento las rasgaduras, como si un oso hubiera pasado sus garras, sangra. El olor ferroso de la sangre es inconfundible y su sabor metálico, lo sé roto, al igual que lo saben hace días las bacterias que detectan la muerte, ya se han alojado ahí, y ya empezaron a producir cadaverina, esperando como espectadores de primera fila la función del deceso inminente, que debería producir un bronquio sangrante. Lo percibo pegada a una olla de agua hirviendo, el vapor me ayuda a respirar, me cuesta hacerlo, me he esforzado tanto en lograrlo que el bronquio se ha resquebrajado. Teóricamente habré de morir en cualquier momento si me quedo aquí haciendo lo mismo que he hecho desde hace semanas, sobrevivir con antiasmáticos de mantenimiento.
Ser asmática nunca fue tan problemático, me daba asma y me internaba tres días en una clínica, me acostaba en una cama y los médicos y enfermeras se encargaban de todo, yo salía de allí con una sonrisa de oreja a oreja llena de corticoides, pero ahora, el gobierno eliminó los seguros médicos y los centros de salud están repletos de enfermos con coronavirus, ni soñar acercarme, contaminarme en estas condiciones seria comida inmediata para las bacterias que ya están al acecho de mi muerte.
De pronto miro a esa mujer doblada tratando de respirar, me encuentro en un lugar donde no hay dolor, solamente tengo conciencia de lo que sucede, pero no siento su pesar. Empiezo a dar instrucciones, haz esto, haz aquello, haz esto otro. Me obedezco a mí misma casi a rastras. Esos dos yo, una conciencia que orienta y no sufre, que poco le importaría desprenderse de ese cuerpo y dejárselo a las bacterias que sí lo quieren, y mi recuerdo de que hasta hace unos días era tan fuerte, llena de energía, ayudando a todo el mundo, otra conciencia que sabe que no es justo que muera así.
Hace apenas dos días orientaba por teléfono a varios consultantes de cómo sanar y me comentaban contentos que lo habían logrado. Yo muriendo y ayudando a salvar a otros, siempre mi energía en otros cuando yo necesito más, y la ayuda que yo misma puedo darme en cualquier momento no será suficiente, y ese momento sé que es hoy mismo, más tarde, dentro de poco, pero casi no puedo caminar, así que me resigno y me pongo a lavar los paños de cocina, porque aún estoy viva pero la mente y el cuerpo ya no dan para más.
Cuando sabes que vas a morir, también sabes que no has hecho todo lo que querías y también sabes que no puedes hacer nada al respecto, te resignas que eso es todo, que todos vamos a morir y te alistas con absoluto desprendimiento y resignación. Desprendida me baño, me visto y tomo una pastilla de cada cosa que tengo, sabiendo que no va a impedir lo que está a punto de ocurrir, también muerdo una hoja de “siempre viva” y coloco otra en mi bolsillo, salgo a hacer algo por mí, pero todavía no sé qué.
Llegué caminando a un destartalado Centro de Salud, obreros pintaban las paredes y enfermeras sentadas conversando, sin pacientes, les dije que necesitaba ser nebulizada, se miraron unos a otros y a mí con lastima, “no tenemos nada”, “aquí no hay nada” –dijeron- “vete al hospital”. Rápidamente repaso la situación del país, no hay transporte por falta de gasoil y gasolina, hay escasez de dinero en efectivo, yo no tengo dinero, apenas cinco dólares, casi no puedo caminar sin asfixiarme, a duras penas llegué allí caminando, si uso los dólares en pagar un taxi hasta el hospital, en el hospital no habrá medicinas y tendré que comprarlas y no tengo, el hospital desbordó el ala de pacientes con covid y es foco de contaminación, no debería ir allí, mejor uso el dinero en medicina, entonces les pregunto _”si voy a la farmacia y compro la medicina ustedes me la aplican?”- aliviados de poder ayudarme y con los ojos muy abiertos casi saltan “sí, sí, ve a comprarla, nosotros te la ponemos”. Ni siquiera sabía si era capaz de llegar hasta la farmacia, me había tomado un corticoide, un antiasmático y un antialérgico y masticado la hoja de “siempre viva”, sigo fuerte, tal vez pueda llegar, pero no sé si pueda regresar. Recordé la hoja que tenía en el bolsillo, no alcanzaría a masticarla. Apenas caminaba y la acariciaba como si fuera un Cristo o algo que me daba aliento. En la farmacia había la medicina, pero no tenían la solución fisiológica para aplicarla, con esfuerzo regreso al Centro de Salud y me dicen lo que ya intuía, que tampoco tienen la solución y no me la pueden aplicar.
Regreso a mi casa, me da un ataque de asma, llamo a mi madre y le digo todo lo mala que ha sido desde que tenía tres años hasta adulta, le saqué desde las nimiedades hasta lo que más me había dolido, todo a conciencia, para sacar lo emocional en un intento ultimo de sobrevivir al asma. Creía que si le decía todo lo que me había hecho daño, el dolor saldría de mi cuerpo y el asma se iría, trataba de salvar mi vida, no herir a mi madre, pero en medio del dolor le gritaba, no precisamente a ella, gritaba del dolor. En medio del ahogo recordaba toda la gente que se había aprovechado de mí, el desamor que recibí a cambio del amor que siempre entregué, el pecho se partía, el bronquio se rasgaba cada vez más, el dolor físico llegó a ser más insoportable que el dolor del alma y no es cualquier cosa. Llegué a preferir el dolor emocional, pero la mínima emoción me agravaba el dolor físico. Eso sí que es sufrir. Por primera vez me importé más yo misma que los demás. No me importaba el dolor que pudiera causar a otros, ni a mi madre, me importaba mi propio dolor. Le di uso a mis almohadas, su verdadera utilidad es para abrazarlas durísimo, como cuando amas a alguien y no quieres que se vaya, pero te aferras a la almohada para que el dolor se vaya, como si la almohada es ese alguien que necesitas contigo. Son buenas las almohadas para amortiguar el dolor.
Mi madre me llama por teléfono, la misma que había insultado hacía un rato, me pregunta donde estoy que ella va a buscarme, le digo que en mi casa, y le pregunto que donde está ella, que cómo va a buscarme si no hay transporte, -me fui caminando -me dijo -estoy en el Partido Socialista Unido de Venezuela, estaba en la vía y me metí aquí, dime ¿qué necesitas? No podía creer que con todos los insultos que le había dado ella hubiera salido a buscarme, se había ido caminando y entrado a la sede del partido del gobierno dictatorial y ahora me pregunta qué necesito –solución fisiológica -le dije -tengo medicina, pero no me la pueden aplicar porque en el Centro de Salud no hay solución fisiológica. La directora del Partido toma el teléfono y me pregunta mi dirección y cómo voy a estar vestida, que ella me va a enviar la solución fisiológica con unos motorizados para que mi mamá no tenga que ir caminando a mi casa. Le di la dirección y le dije que iba a estar con una mascarilla fucsia, no hay mucha gente con mascarillas fucsia, me van a reconocer.
Salí de mi casa con esperanza, si el Partido de gobierno me regala la solución fisiológica tal vez ya no me vaya a morir. Inmediatamente llegaron los motorizados –mascarilla fucsia, aquí está la solución- dijeron y se marcharon a la misma velocidad con la que llegaron. De pronto estoy parada en la calle con la solución en la mano mirando a los malandros alejarse en la moto y me dan ganas de llorar, que en el Partido haya solución fisiológica y en los Centros de Salud no, pero no puedo darme el lujo de llorar, tengo un bronquio roto, si lloro me va a doler y estoy en la calle, no tengo la almohada aquí.
Caigo en cuenta del sacrificio de mi madre de salir caminando a la sede del partido de gobierno a buscar una solución para mí, eso sí es amor, porque mi madre odia al gobierno. Y el gesto amoroso me da la fuerza que necesito para caminar nuevamente al Centro de Salud, pero ya es mediodía, el enfermero había comido y estaba haciendo la siesta, así que yo debía esperar. Me siento con la botella de solución en una mano y la medicina en la otra, sentí el tiempo eterno, al punto que entendí que la eternidad es realmente atemporal, miraba y no veía, ya no sabía si respiraba o no, si estaba viva o muerta, simplemente estaba sentada con las medicinas en las manos y tal vez había muerto sentada en un Centro de Salud con una medicina que yo había comprado en la farmacia y otra que había pedido mi madre al Partido de gobierno, y ahora esperaba que un enfermero cubano hiciera la siesta. Una manera muy política de morir para alguien que hacia un programa de televisión criticando las políticas. Tal vez no veían mi cara de moribunda por la mascarilla que llevaba puesta, he debido elegir un color menos alegre, posiblemente el fucsia sea muy festivo para estar muriendo.
En medio de la eternidad, alguien me toca el hombro, un ángel, Dios, Cristo, una enfermera –venga señora, yo la voy a atender. Abrí los ojos, que nunca cerré del todo, solamente que ya no veía, también abrí la cartera y saque un catéter, lo llevé por si acaso en el Centro de Salud tampoco había, y la enfermera ángel se sonrió y dijo- de eso sí tenemos, yo la voy a atender porque el enfermero esta indispuesto, parece que tiene diarrea, no sale del baño.
En el cubículo de enfermeras no había camilla donde acostarme, me ubica en una silla rota y busca un tubo donde colgar la solución pero era muy bajo, llamó a un miliciano alto para que la colgara de la ventana, me puso la vía y la medicina empezó a pasar, ya sé que por hoy las bacterias se quedarán esperando.
Las bacterias no pierden el tiempo, realmente ellas no han esperado en vano, ya no devorarán mi cuerpo, pero mis células han entendido que murieron, el efecto de la cadaverina les borró la memoria, mi lengua empieza a hincharse cada vez que pasa algo cerca de mi boca, todo lo reconoce como dañino, debo enseñarle como a un niño que es bueno y que es malo para mí. Vuelvo a ser un bebé.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario