Para mi la escritura no es un "ejercicio profesional, sino parte de mi aliento vital. Muy pequeña cuando no sabía escribir, garabateaba la corteza de los árboles y en tal forma trataba de expresarme en geroglificos.
Era una niña campesina. No tenía la suerte de otras niñas que podían concurrir a sus escuelas, pero el tiempo me trajo dos maestras magníficas, amigas de mi madre, que se turnaban para pasar el tiempo con nosotros en el campo y quienes me ayudaron mucho. Me refiero a las hermanas Olímpia y Carmen Luisa Moleiro. Nuestra casa era una inmensa casa de bahareque blanca donde en noche de tormenta se acercaban las fieras. Fui una niña poeta, emprendía larguísimos monólogos con los árboles y los muchos ríos que cruzaban la región. Las chicharras me ponían nostálgica y me hacían pensar en otros mundos fuera del entorno. Las navidades en el campo eran compartidas. Los regalos del Niño Jesús llegaban a lomo de mulas y entonces el ambiente se tornaba misterioso por la escondedera de los regalos hasta la noche buena. No había discriminación racial: éramos una gran familia. Entre estos regalos navideños nunca olvidaré un gran payaso de hojalata multicolor, cuyo rostro reflejaba una gran tristeza. Fue el juguete favorito entre todos los juguetes de la infancia.
De Las Peñas, nombre del hato donde residíamos nos trasladamos a Upata, donde todo cam¬bió como la situación económica de mis padres que era sorpresivamente difícil.
En Upata ingresé al colegio de niñas de la ciudad e inicie la escritura de un poema larguísimo que aún no ha encontrado final. De Upata nos trasladamos a Ciudad Bolívar e ingresé al segundo grado de la Escuela Zea, pero mi satisfacción era estar en la dirección, donde Anita Ramírez escribía poemas y contaba anécdotas interesantísimas. Allí se despertó mi verdadero camino de poeta que arrastraba la niña campesina junto al recuerdo de un mundo agreste, confundido con la tristeza de un payaso de latón,
Luego las referencias se van fortaleciendo con la imagen de dos mujeres maravillosas que encaminaron mis pininos de autodidacta: Graciela Rincón Calcaño en Caracas y Casta Riera en Barquisimeto, a ellas les debo lo poco que he transitado en las letras de mi país.
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