¿Qué es ser escritor?
Pregunta difícil de responder porque se presta a muchas interpretaciones. Escri¬tor es el que escribe. Un amanuense escribe, luego el amanuense es escritor. Una secre¬taria escribe, por consiguiente puede lla¬mársele escritora. Un periodista escribe, por lo tanto es también escritor. Quienquiera que vierta sobre el papel su pensamiento merece ser llamado escritor.
Ahora bien: todo escrito tiene su finalidad. Se escribe para comunicar una información, para perpetuar un pensa¬miento, para impartir conocimientos, para expresar nuestros sentimientos, para crear belleza por medio de las palabras. Pero a través de los siglos los únicos que se han quedado con el calificativo de escritores (de verdaderos escritores) son los que crean belleza en sus escritos. ¿Por qué?
Ser escritor se puede tener como profesión o como entretenimiento, o conju¬gando ambas cosas, como tina actividad mixta. Ha habido historiadores que se han ganado la fama de buenos escritores por la forma estilizada conque han expuesto sus ideas. Muestra fehaciente de esto son, en la cultura grecorromana, Jenofonte, Tolomeo, Tito Livio, César y Plutarco; entre los ingleses, Carlyle; entre los alemanes, Emil Ludwig y Stefan Zweig; y entre nosotros, Rafael María Baralt, José Gil Fortoul, Eduardo Blanco, Tavera Acosta. También ha habido médicos escritores, como Marañón y filósofos que han alcanzado los más altos galardones en la literatura, como ese coloso que se llamó José Ortega y Gasset, cuya prosa vigorosa ha enriquecido nota¬blemente a la lengua hispana.
Sin embargo, si comparamos las estadísticas, son muy pocos los escritores que tienen el escribir como una profesión. La gran mayoría de la gente escribe porque anhela volcar al exterior ese caudal íntimo que unas veces acosa el espíritu con su rebeldía y otras lo sumerge en un mundo de éxtasis. Porque el verdadero escribir ja¬más puede ser un negocio. O por lo menos, los que escriben por negocio raras veces logran la consagración; casi nunca superan la etapa de una Corín Tellado o un Marcial Lafuente Estefanía. Y tan poco negocio es el escribir, que el gremio de nosotros, los es¬critores, es tal vez el más empobrecido del orbe.
Si alguien me preguntase por qué escribo, estaría tentado a contestarle: "Por¬que me da la gana". Pero esta sería una respuesta absurda. El verdadero escritor no escribe por gana ni por compromiso, sino por una necesidad, por un requerimiento inmaterial que ni uno mismo sabe de donde proviene. Y si en este momento estoy escri¬biendo estas líneas por una solicitud de mi ilustre amigo Américo Fernández, no lo hago por él ni por su solicitud, sino por mí. Nadie me puede impulsar a escribir sino yo mismo, y esa satisfacción que insurge como torrente de mis entrañas no tiene otra fina¬lidad que la de realizar un sueño mío, porque se trata de una finalidad sin fin. Es algo así como forjar un palacio de cristal dentro del cual no vamos a vivir, pero del cual nos sentimos orgullosos como crea¬dores. Todo escritor está orgulloso de su obra, como lo estuvo Leonardo con su Gioconda, Miguel Angel con su Moisés, Petrarca con sus Sonetos, Shakespeare con su Hamlet, Reverón con sus desnudos y Villanueva con sus maquetas. ¿Es egoísta ese orgullo? Definitivamente no, porque el egoísmo es mezquindad. El escritor escribe por sí mismo, pero no para sí mismo, dejaría de ser escritor si fuera egoísta, porque en¬tonces no escribiría. Yo no quiero que lo mío se quede en mí; quiero que se pro hacia mis semejantes para que ellos di ten o adversen mi obra. Y es bueno q entienda que hay un abismo insonc entre el autor y su creación. Por lo mena lo veo yo. Yo no soy mi obra, ni mi ob yo, aunque ambos entes (creador y crea( estén tan estrechamente vinculados c el sol y su luz. ¿Una paradoja? No. juego de palabras? Tampoco. Se come derá mejor si establecemos la compara entre padres e hijo: aquél no es éste, ni es aquel. Por consiguiente, la obra del e: torno tiene por qué sufrir los estigmas éste padece como humano, ni el autor ti que soportar los contratiempos que F dan surgir a raíz de una obra escándalo: genial. La obra creada deja de ser para convertirse en patrimonio univer en cambio el escritor como persona no de pertenecerse jamás a sí mismo. Además vale la pena recordar que el escritor, luego de escribir, suele divorciarse de su criatu porque inmediatamente comienzan a revolotear a su alrededor otras inquietud otros pensamientos, otras insufribles vis nes que como zumbantes avispas llegar turbar su reposo. Y de esta suerte da inicio a otro ciclo de creación, porque la turbaci no ceja hasta saciar la sed.
Yo no sé si soy mal o buen escri hasta que los demás me juzgan. Mucl veces esos juicios, empero, suelen ser a tradictorios. Unos gritarán: "¡Que buen Otros dirán: "Ahí, ahí". Y otros: "¡Qué p quería!". Sin embargo, esas opiniones s viran para que yo haga una estimaci aproximada de lo que he escrito, pero para que me mortifique hasta el extremo desear colgarme de una viga. Porque es! convencido de que la sinceridad conmi mismo será la mejor manera de esquivar desafueros que mi obra pueda provoc Como decía Góngora en una de sus letrill "Andeme yo caliente y ríase la gente". 1 quiero manifestar con esto un desprecio hacia la crítica. No. Lo que pretendo sig ficar es que el escritor (y yo, por lo terno tiene que ser como el caracol: salir a la 1 para echar afuera sus interioridades, recogerse dentro de su concha cuando se quiere pisotear.
La dignidad es una virtud muy seria.
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